miércoles, 8 de abril de 2015

Sueño de una noche de primavera.

A lo largo de toda mi carrera profesional, siempre que he tenido opción para escoger (porque otras veces no escoges, eres el más pardillo, el útimo en llegar, el más joven... y te lo endosan igual), he elegido al peor alumnado posible, ya sea desde un punto de vista conductual o más bien académico (que, por otra parte, suele ir asociado en muchos casos, aunque, evidentemente, no en todos).

Sin embargo, hoy estoy aquí para confesarme: y si he de ser honesto, la verdad, estoy cansado. Mucho. Arrecia fuerte el temporal.

A veces cierro los ojos y me veo con una mayoría de alumnos y alumnas que saben leer y, además, les gusta; alumnos que saben escribir más o menos decentemente y entre los que puede haber alguno que escriba sus propias cositas; alumnado que pregunta con inquietudes sinceras, con deseos de hacer cosas nuevas, innovar, crear y aprender. Alumnado cuyas familias responden por ellos, los atienden, les ayudan e, independientemente de sus notas, los quieren y refuerzan. Alumnado que agradece, que participa y que protesta según qué momentos, con lógica, raciocinio, mesura y cariño.

Abro los ojos y sigo con un alumnado súper mega sistematizado que no sabe hacer ni la o con un canuto; que no saben manejarse fuera de ese sistema si no es a tientas, cegatones perdidos, a oscuras...

Alumnado que suele padecer un sinfín de situaciones nada agradables a nivel familiar, personal o social.

Alumnos y alumnas que se encuentran realmente perdidos.

Alumnos que si suspenden son severamente reprendidos o aplaudidos (las dos cosas, severamente, son erróneas a mi entender).

Alumnado que vaga por la vida sin más miras que las puestas en el qué rollo, a ver cuándo me voy, no me entienden, y yo que mierda hago en este instituto y otras ideas más o menos desarrolladas. Alumnado sin más latido que el pulso que mantienen con la vida por sobrevivir en un mundo caótico que no les tiene en cuenta.

Alumnos que se cagan en tus muertos cada dos por tres porque véte tú a saber.

Alumnos que solo entienden que hacerse valer es demostrar a los demás que se es muy duro, que no lloramos porque no somos mariconas (en palabras de ellos, no mías), que no necesitamos abrazos y que los besos son propios de nenazas, nosotros nos damos mejor unos cuantos golpes de pecho o varios tortazos, asumiendo que sabemos darlos bien y recibirlos mejor, que para eso somos unos machotes [nótese la ironía].

Alumnos y alumnas que respetan cuando les conviene , momentos que suelen coincidir cuando se encuentran bajo la bandera que enarbola el miedo auténtico, ese que te paraliza, ese que te inquieta y te quita el sueño y te guía hacia el camino de no atreverse a decir o a hacer.

Esos chicos que no tienen más pensamiento que en lo único, en disfrutar a tope porque todo es una mierda.


Y ante tanto fracasus horribilis decido cerrar otra vez mis ojos y veo a una inmensa cantidad de familias cariñosas que enaltecen las virtudes de sus hijos; familias reestructuradas según sus necesidades pero llenas de amor y respeto; familias que se preocupan por las cosas verdaderamente importantes para sus hijos; familias que respiran ternura; familias en las que el respeto rige el curso de sus vidas; familias que, aunque gritan, están preocupadas por hacerlo mejor y no solo por discutir si ganó el madrid; familias que dan abrazos, besos, caricias y lo demuestran con total impunidad y naturalidad; familias que trabajan colaborativamente con los profes y maestros para construir el mejor camino para sus hijos; familias que no compiten para que sus hijos sean aparentemente mejores (aunque luego sean unos tarados), o tengan aparentemente mejores notas o, aparentemente, hagan más tareas que nadie.

Y abro los ojos y veo que no, que sólo seguía soñando, imaginando, deseando, construyendo o predicando en el desierto.

Y entonces vuelvo a cerrar los ojos, por si eso es un sueño, pretendiendo hacer del sueño mi verdadera realidad. Y allí veo a multitud de equipos de profesores implicados en sus alumnos; profesores que entienden que sus alumnos son personas, no solo alumnos y que, como tales, tienen sus emociones sanas,  alegres, tristes o sus emociones encontradas; un profesorado que trabaja en equipo con la mejor de las intenciones y con un único objetivo: sacar lo mejor de sus alumnos; un profesorado que, precisamente por  ello, no califica como si se tratase de un plan de calidad industrial; unos compañeros que traben relaciones afectuosas con muchos de sus alumnos; unos profes que atienden y entienden a las familias, aquellas que se preocupaban por lo mejor para sus hijos, independientemente de notas y exámenes; un profesorado que trabaja colaborativamente con los padres y madres para construir el mejor camino para sus alumnos; profesores que acompañan, guían y dan luz a esos seres tan entrañables y faltos de cariño; profesores que desmitifican la historia para crear una nueva; un grupo de profesores que entiende que, en ocasiones, debemos romper con lo establecido para perseguir un bien mayor; un equipo de gente que no solo trabaja docentemente, sino decentemente; profesores de corazón, de alma, profundos y empáticos; profesores formados en muchas más capacidades que la simplemente academicista; profesores que cometan errores y aprendan de los mismos sin que nadie de fuera venga a evaluarlos con la acritud necesaria para ponerle de mal humor o replegarse en su caracola oscura y protegida de los rayos del sol; un profesorado capaz e interesado en construir un mundo mejor y no sólo en cobrar un sueldo.

Y vuelvo a abrir los ojos y veo a unos pocos, realmente pocos...

El sueño de una noche de primavera, no más.

Es un sueño que espero algún día ver hecho realidad.

Sueño con que valoremos a las personas  en su compleja totalidad. En la suya, no en la nuestra.



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1 comentario:

  1. Un maravilloso sueño que todos deberiamos ver cumplido, Sencillamente genial hermanito. Sigue soñando.

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