jueves, 12 de febrero de 2015

Así deletrean los niños la palabra amor.



Espero disfrutaras de mi último post sobre el miedo a brillar.

Hoy vamos a hablar de otro tema no sólo interesante, sino vital.

Y no es otro el misterio sino que el que reza en el título de este post:


ASÍ DELETREAN LOS NIÑOS LA PALABRA AMOR:

T  -  I  -  E  -  M  -  P  -  O

Dibujo realizado por Antonio Zamorano

Los niños solo quieren estar con nosotros, con sus padres y sus madres. Y, por supuesto, también con sus tíos, hermanos, amigos del cole o del parque o de dónde sea... Pero vamos a lo que vamos. Y es que es muy recomendable pasar más tiempo con nuestros hijos. Y los motivos son varios:

1. Por egoísmo puro y duro: los años pasan volando, desengáñate, no vas a ser joven toda la vida ni tus hijos serán siempre bebés. Como decía mi amigo Dani: "De pronto un día descubrirás que ya no huele a bebé".

2. Por egoísmo futuro: cuanto más tiempo pases con ellos, mejor será su desarrollo en todos los niveles, sobre todo, si el tiempo que pasas es cariñoso, respetuoso, juguetón, emocionante... Eso te evitará muchos quebraderos de cabeza de esos que nos dan a los padres y madres en el futuro.
En este apartado no se incluye, como norma, el hecho de dejarlo en una habitación con tres horas de telebasura o lo que sea.

3. Por ellos, por tus hijos. Lo único que necesitan es cubrir sus necesidades básicas: alimentación, salud, higiene... y estabilidad emocional, o sea, mucho cariño, respeto, risas, tiempo, abrazos, besos, caricias, juegos...


Cuántas veces hemos visto a los niños reclamando atención... y pasan los años, y pasan los 20, los 30... y siguen reclamando esa atención... No hace falta ver  el gran marrano para darse cuenta de esto. No es más que una desconexión de ese cariño que se produce en la infancia y que nos pasamos toda la vida buscando. Dependiendo de las circunstancias, de adultos podemos buscarlo de muy diversas formas: de una forma sana o centrada, o todo lo contrario (reclamamos, exigimos, maltratamos, dejamos que nos maltraten, forzamos...). Yo no soy psicólogo, así que no me puedo meter en este terreno, pero por lo que he leído, aquí hay mucha manteca.

Por eso es vital, ya lo dije al principio, pasar tiempo con ellos, dedicarle nuestra atención, y demostrarles que, realmente, son nuestro pequeño regalo del cielo. Nosotros no dejamos de decírselo a nuestras hijas, eso y otras cosas más del estilo. 

Hablarles con cariño, cercanía, dar abrazos, reír juntos...

Un regalazo que nos hizo Rosa cuando fuimos a la inauguración de Las Jirafas saben Bailar, fue una bolsita para jugar a los abrazos. De entre las muchas opciones, tú sacas una de tu bolsa y los demás te dan abrazos de esa forma que te ha tocado: a oscuras, con ojos cerrados, con cosquillas, del revés, a dos a la vez, sin brazos, sin tocarse, con beso, de oso... y decenas de formas más; pues bien, ese juego les encanta a nuestras hijas y, por cierto, ahora que lo pienso, hace ya meses que no jugamos, a ver si lo retomamos en esta misma semana.

Además, muchos ya sabréis que, según los últimos estudios neurocientíficos, el cuerpo humano, físicamente, necesita entre 8 y 12 abrazos diarios para poder sobrevivir. Ahí es nada. ¿A qué estás esperando para darle un abrazo a alguien? Tu cuerpo lo necesita aunque no te estés dando ni cuenta. Todas las mañanas empiezo el día con abrazos a mis hijas nada más levantarse, y por supuesto, lo terminamos igual (como mínimo).

Un abrazo es energía, es fuerza, es amor, es tiempo... es decirle a la otra persona que me da igual lo que esté pasando ahora mismo en el mundo, que aquí estamos tú y yo y eres lo mejor que tengo ahora mismo y no quiero estar en otro sitio ni haciendo otra cosa salvo estar así, agarrado a ti como si fuera mi último hálito de vida. Ese abrazo impregna.

Y eso da mucha estabilidad emocional a la persona, que se siente querida, arropada, impulsada... Cometeremos muchos errores como padres, miles... pero, al menos, que no quede por intentarlo. Ya sabemos que los padres y madres siempre lo hacen lo mejor que pueden y saben en todo momento, las equivocaciones se viven de otra forma si hay una base de amor de fondo que lo sustente todo.

Y eso no tiene precio.

Sonríe, juega, lee, pasea, monta en bici, cuenta cuentos, ríe, abraza, enfádate incluso... pero hazlo con tus hijos. El tiempo te lo agradecerá. Y los niños más aún.



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jueves, 5 de febrero de 2015

Miedo a brillar



En la película Coach Karter, el entrenador Ken Carter se pasa la vida preguntándole a uno de sus jugadores: "¿Cuál es su mayor miedo, Señor Cruz?"

El señor Cruz, a su vez, se pasa su vida entre los entrenamientos y un "lo dejo, me voy a vender droga que me tratan mejor y gano mucho más dinero". Es un gran jugador. Pero vive en un barrio horrible con unas estadísticas horribles. Negros o latinos que acaban encarcelados o muertos, negros o latinos que no estudian y solo juegan al baloncesto, negros o latinos que vende drogas... en fin, podéis haceros una idea. Es un barrio similar al de Mentes peligrosas, película mucho más conocida (o que yo conozco más...o que me gusta más Michelle Pfeiffer que el increíble Samuel L. Jackson). 
Esta peli está basada en hechos reales (no sé cómo de basado, pero sí, en hechos reales). En ella hay cosas de las que no participo, pero algunos fragmentos del guión son geniales.

Así, en el último tercio de la peli, allá por el minuto 101 y 50 segundos (o sea, 1h, 41' y 50''), por fin, después de vivir y sufrir lo indecible, el señor Cruz, Timo Cruz, un latino que juega increíblemente bien al baloncesto pero que ha estado a punto de hipotecar toda su vida solo por vivir donde vive, le responde cuál es su mayor miedo. Y dice:

Nuestro mayor miedo no es que no encajemos, nuestro mayor miedo es que tenemos una fuerza desmesurada, es nuestra luz y no nuestra oscuridad lo que más nos asusta.


Empequeñecerse no ayuda al mundo; no hay nada inteligente en encogerse para que otros no se sientan inseguros a tu alrededor; todos deberíamos brillar como hacen los niños. No es cosa de unos pocos, sino de todos.


Y al dejar brillar nuestra propia luz, inconscientemente damos permiso a otros para hacer lo mismo. Al liberarnos de nuestro propio miedo, nuestra presencia libera automáticamente a otros.


Señor, quiero darle las gracias. Me ha salvado la vida.

Sí, ya sé que hay que leerlo un par de veces al menos. Pero leedlo bien.

En en el fondo de nuestra alma, somos tan potentes que nos da hasta miedo. Tenemos que quitarnos ese miedo y brillar con luz propia, como hacen los niños. 
Y si, además, tenemos hijos y/o alumnos, debemos ayudarles a que saquen toda esa luz que tienen o, al menos, intentar no tapársela. Dejemos que brillen. Aunque para eso, lo primero que tenemos que hacer nosotros es brillar, sólo así, desde esa vivencia, podrán captar en toda su esencia lo que ellos serán capaces de hacer. Porque al "dejar brillar nuestra propia luz, inconscientemente damos permiso a otros para hacer lo mismo". 

Ahora lo llaman coach (entre otros diversos nombres) y antes era frotar nuestra propia lámpara como Aladino o incluso ser la luz del mundo para poder iluminar iluminar al resto sin que por ello se sientan inseguros. Incluso... me da la risa ahora mismo... pero es que se me viene a la cabeza la cancioncita del programa de Bertín... esa de "dentro de ti hay una estrella si lo deseas, brillará".

Tenemos que brillar y dejar que otros brillen. Y esa es una tarea muy difícil en muchas ocasiones, pero tenemos que intentarlo y llegar a brillar.

Sir Ken Robinson siempre habla de El Elemento, eso que nos hace brillar en algo; y es que todos y cada uno de nosotros tenemos algo en lo que brillar para dar luz a nuestro entorno, y todo ello más allá de la escuela, de consejos, de nuestros amigos o de nuestros padres. 

¿Cuántas personas conoces que dejaron su trabajo para hacer otra cosa y que les ha ido fenomenalmente bien?

Y no hay nada ni nadie que deba impedírnoslo.

Y no me voy a enrollar más, creo que la frase del señor Cruz es bastante elocuente por sí sola. 
Os deseo el mayor y mejor brillo posible para vosotros y los que tienen la suerte de estar cerca vuestra.



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