jueves, 30 de abril de 2015

Sopla el viento del este

Voy a dejar volar la imaginación al son que nos marca el viento del este.

Ya casi todos sabemos lo que sucede cuando sopla el viento del este. 

Quizás no lo recuerdes, pero cuando yo te lo refresque lo verás más claro:

viento del este y niebla gris, 
anuncia que viene lo que ha de venir;
no me imagino qué irá a suceder, 
mas lo que ahora pase, 
ya pasó otra vez.

Con el viento del Oeste viene la bruja malvada en el maravilloso mundo de Oz, pero cuando sopla el viento del este, viene Mary Poppins y se producen cambios.


No voy a hablar de Mary Poppins, que ya tiene sus propios detractores y defensores; no, yo la uso metafóricamente para hablaros de que los cambios se avecinan, cada vez son más frecuentes y la plaga de los cambios en educación empieza a extenderse de forma más que visible.

Cada vez más padres exigen más y de mejor forma a los docentes de sus hijos; cada vez somos más los docentes que buscamos otras formas de hacer las cosas y aunque nos sigamos equivocando casi a diario, no dejamos de buscar incesantemente, de controlarnos más, de aprender, autoaprender y emprender nuevas posibilidades en nuestro mundo y del que, en cierto modo, depende el futuro de otros; cada vez son más las directivas que se preocupan de innovar y buscar opciones nuevas ante el empuje que ya está teniendo de facto este proceso.

No sé si la campaña mediática de los coles jesuitas de Cataluña tendrá algo que ver en todo esto, pero creedme cuando os digo que la innovación educativa ya no va por bilingüismos ni nuevas tecnologías, eso ya ha quedado superado (no olvidado). La innovación educativa va por otros derroteros bien distintos, por caminos inexplorados por algunos.

Caminos sin exámenes, sin notas, con educación respetuosa, con trabajos por proyectos, con un trato más humano y afectivo, en el que se fomente la participación de las familias, educación emocional y trabajos con las Inteligencias Múltiples o Proyectos, sin asignaturas...
Y lo más curioso (no voy a entrar en valoraciones de "lo mejor", "lo peor"...) es que, por ejemplo, en Málaga, se están moviendo mucho más los centros concertados. Y claro, luego vienen las quejas... pues ya veréis... y si no, al tiempo.
Los puristas de la educación pública lo mismo hasta van arañando el suelo con los dientes. No os preocupéis, algunos centros públicos se mueven en esta línea... pero aún nos queda mucho que hacer.

Esta semana pasada estuvieron, por ejemplo, Mireia Long y Azucena Caballero en el Colegio de El Limonar, haciendo un curso de la Pedagogía Blanca  con sus profesores.

Hay centros que están intentando inculcar a sus maestros la idea de no hacer exámenes, o de intentar no poner notas (salvo las exigidas obligatoriamente por la Junta al final de cada trimestre), centros que trabajan básicamente con Inteligencias Múltiples y Proyectos cooperativos (entre otros), centros en los que interactuan más que de palabras con varias asignaturas, donde los niños hablan, participan, se relacionan y hasta pasean por sus clases...

Quizás ni nosotros mismos veamos hasta dónde llega el alcance de todos estos cambios, pero lo que sí es cierto es que el viento ha cambiado, ahora viene del este. Y eso conlleva cambios, para bien y para mal.

Los maesrtos siempre hemos dicho que nuestra profesión es muy ingrata, porque nadie te lo agradece, no al menos, hasta que pasan años y surgen reencuentros. Ahora se hace aún más ingrato, pues no solo no reconocen nuestra labor (la de algunos, claro), sino que, además, los que pensamos en cambios viscerales dentro del engranaje somos rechazados de plano por la mayoría.

Y es que, como ya escribí una vez en mi facebook:
 “La verdadera educación de un hombre comienza varias generaciones atrás” Eleuterio Manero






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lunes, 20 de abril de 2015

Y qué me tiene que decir el informe Pisa

No me entendáis mal, mi primer pensar es para esas familias que esta mañana han sido agredidas en su trabajo, en su instituto: un profesor fallecido y 4 personas heridas. Mi primer respeto va para todas esas familias que ahora están en un proceso difícil de digerir. Y, de veras, lo siento mucho. Mi pesar es grande y se me entremezclan multitud de sentimientos en estos momentos: como ser humano, como padre, como profesor, como ciudadano, como todo... muchos sentimientos navegan por el sinsentido de la noticia.

¿Qué hace que un niño de 13 años fabrique, aparentemente, una ballesta con bolígrafos y ataque a su profesora en la cara e intente rematarla con un puñal?
¿Qué hace que la hija de la profesora, presente en esa misma clase, se levante para ir a ayudar y reciba otro ballestazo?
¿Qué hace que un profesor, al oír los gritos, se vaya hacia allá desde su clase y se encuentre con un ataque frontal y certero que lo deja muerto en el suelo?
¿Por que era lunes?
Algo no estamos haciendo bien para que sigan sucediendo estas cosas. 

No trato de buscar culpables, nada más lejos de mi intención. Trato de buscar soluciones. Respuestas y soluciones.

Esta misma mañana, en mi muro de facebook, compartía unas palabras de Mireia Long acerca del informe Pisa.

Miren ustedes, el informe Pisa, por favor, imprímanlo en un papel con muuuucha celulosa, porque lo vamos a acabar usando para eso mismo, para limpiarnos el culo (y perdonen la expresión). Me importa más bien poco lo que diga ese informe, solo hay que dar un paseo por las ciudades, por los centros escolares, ver noticias, leer los miles de casos de presunta corrupción, escuchar conversaciones...

Y aunque el informe Pisa dijera que somos los mejores del mundo mundial, me daría igual, porque, ¿saben qué? Mientras estas cosas sucedan a diario es que hay algo que no va bien: mientras haya niños que se encuentran en el peor boquete del mundo como para hacer esta barbaridad, mientras haya personas que hagan sufrir a otras solo porque no supieron canalizar sus emociones (camuflados de simple diversión), mientras haya niños abandonados, maltratados, ignorados, perseguidos o insultados, mientras sigamos mirando para el otro lado, mientras no nos pongamos todos manos a la obra para ver más allá de nuestras simples y respetuosas  narices..., de verdad, de corazón, me importa lo que no voy a decir, lo que diga el informe Pisa, pisa papeles, pisa mierdas o pisa al de al lado para trepar más que tú.

Mi homenaje de hoy va con la canción del grupo The Boomtown Rats y su canción I don't like mondays. Cuenta una historia similar, una historia incomprensible de hace muchos años; en el fondo, triste canción de finales de los 70 y escrita por Bob Geldof.  La historia, si la quieres leer, en este enlace, si no, no entretengo más.

Tell me why? Tell me why?



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domingo, 12 de abril de 2015

El camino hacia la perdición.

Durante años me he quejado de que mis alumnos de secundaria no solían reaccionar ante los diferentes estímulos perniciosos que pudieran afectarles, salvo de forma preestablecida ya por norma, costumbre o  imposición sistémica.

Durante años me quejaba de que los alumnos ni siquiera protestaban ante las injusticias que se cometían contra ellos mismos. Las asumían con un calambrazo en sus partes nobles, se reponían y aprendían que era mejor no volver a decir, ni ver o hacer, ni escuchar, como los tres monos sabios.

Durante años me he quejado de que el alumnado, por norma (en el más amplio sentido de la palabra) prefería seguir a su rollo, aguantar lo que le echaran y ser un inconsciente súbdito.

Y un día descubrí que yo formaba parte de ese engranaje. Ya siendo alumno, recordé que algunos profesores se quejaban de lo mismo y nos alentaban a protestar, dialogada y democráticamente, para no dejarnos pisotear así como así. Y cierto es que muchas veces nos vimos removiendo cosas. Tuve un profesor que le llamábamos el señor Keating (ese genial Robin Williams en El club de los poetas muertos), incluso hubo quien, en una reunión general de alumnos, con varios sacerdotes delante, hizo la gracia de estar hablando con dios por teléfono, con tal de salirse con aquello por lo que protestábamos que, ahora, ni recuerdo qué era.

Y ya hace más de diez años que empecé a intentar remover conciencias, a plantearles eso mismo a mis alumnos. A veces incluso han dirigido escritos a la dirección del centro, o hablado con tutores y hasta con sus padres (cosa que muchos de ellos no suelen hacer, aunque parezca raro). Una vez incluso sometí a un grupo de 1º de bachillerato (año 2001) a una tanda de gritos constantes, de injusticias, de castigos, de no dejarles hablar... y tardaron poco más de una semana, repito ¡¡¡POCO MÁS DE UNA SEMANA!!! en que una de mis alumnas me dijera en clase que qué pasaba, que si yo no veía que me estaba pasando varios pueblos. Por fin... Eso dio lugar a un largo debate que duró días. Menos mal.

¡Estamos creando tales clones unos de otros!  ¡Tal cantidad de androides inertes!
Estamos llevando al abismo de la infelicidad a personas que como nosotros sufren y luchan a diario. Estamos conduciendo de forma irreductible al abismo a personas que se sientan en su silla de ruedas, esa que dirige alguien que en su espalda lleva un cartel que dice: indefensión aprendida.
Estamos subiendo al tren que va hacia el abismo a personas que, en el fondo, preferirían ir hacia el puente de Kasandra y hundirse que a mantener una actitud pasiva de espejo.
Estamos dando unos calambrazos de vértigo en las partes nobles de muchos de nuestros hijos o alumnoscon la mera intención de someterlos inconscientemente, porque ni nosotros somos conscientes de que lo hacemos, de ser así, otro gallo nos cantaría.
Estamos llevando a la gente en contenedores por un camino a la perdición. Nos olvidamos de lo realmente importante para dar por cumplido con aquello que quedó preestablecido acorde a las necesidades de unos cuantos que decidieron así manipularnos sin que ni siquiera pudiéramos darnos cuenta de ello. Y hacemos lo mismo en ese mismo engranaje, partícipes inconscientes de semejante desgracia.

Y ante eso, casi a diario, se puede oír a miles de profesores (o de padres y madres) en nuestro país (si es que pudiéramos escucharlos a todos) decir cosas como que los maestros somos los que forjamos el porvenir del futuro, somos los que enseñamos, somos maestros, no educadores y no tiene que venir nadie a enmendarnos la plana ni a decirnos cómo tenemos que decir o hacer las cosas. Ya sabemos cómo se hacen las cosas... las llevamos haciendo igual desde hace años. Y esto no va mejor por culpa del gobierno (que, por otra parte, es cierto) y de las familias (que en muchas ocasiones, también lo es).

Eso se escucha casi a diario en la mayoría de los centros, a veces no con esas palabras, pero sí con hechos, respuestas a lo que dice uno, comentarios jocosos...

Y se olvidan de otro pilar fundamental: el profesorado.

Y así es como se está forjando un futuro del que luego nos quejamos.

Si no les enseñamos a expresarse, a canalizar sanamente sus emociones, a reclamar, a protestar, a decir, a sentir, a llorar o a reír, a darle una patada a un cojín; si solo les enseñamos a obedecer en el sentido actual, nada etimológico y negativo de la palabra (y aquí tenéis dos posts sobre la obediencia: en mi blog y en el de la pedagogía blanca),  si les enseñamos a callarse siempre y en todo momento, a estar sentados, a no rechistar ni a chistar siquiera... Entonces, ¿cómo diantres queremos que luego sean capaces de hacerlo cuando les están maltratando por violencia de género, les están robando, les quitan pagas extras o les explotan en sus trabajos, o les insultan pos las calles por llevar gafas o minifaldas? ¿Cómo van a ser capaces de movilizarse ante grandes injusticias universales o locales? ¿Cómo podrán vivir sana, feliz y plenamente? ¿Cómo? Tenemos lo que hemos ido forjando durante años. Y si no hacemos nada por cambiarlo, así seguiremos durante muchos más. Y si llegáramos a ese punto, entonces, creo que me pediré la pastilla azul de matrix, esa que me llene de dichosa ignorancia y me haga pensar en que sí que disfruto de un jugoso entrecot, cuando en realidad estoy tan preso como el resto.

Si no cambiamos esto de raíz, seremos partícipes del mayor genocidio de la historia: el de nosotros mismos, nos seguirán robando, insultando, machacando, ladrando, torturando, anestesiando, degollando, zancadilleando, importunando, maldiciendo, renegando condenando, ofendiendo o martirizando y, a lo peor, ni siquiera seremos capaces de expresarlo, estaremos callados, sentados y aguantando el chaparrón, que para eso nos educaron.

Y será el camino hacia la perdición.

miércoles, 8 de abril de 2015

Sueño de una noche de primavera.

A lo largo de toda mi carrera profesional, siempre que he tenido opción para escoger (porque otras veces no escoges, eres el más pardillo, el útimo en llegar, el más joven... y te lo endosan igual), he elegido al peor alumnado posible, ya sea desde un punto de vista conductual o más bien académico (que, por otra parte, suele ir asociado en muchos casos, aunque, evidentemente, no en todos).

Sin embargo, hoy estoy aquí para confesarme: y si he de ser honesto, la verdad, estoy cansado. Mucho. Arrecia fuerte el temporal.

A veces cierro los ojos y me veo con una mayoría de alumnos y alumnas que saben leer y, además, les gusta; alumnos que saben escribir más o menos decentemente y entre los que puede haber alguno que escriba sus propias cositas; alumnado que pregunta con inquietudes sinceras, con deseos de hacer cosas nuevas, innovar, crear y aprender. Alumnado cuyas familias responden por ellos, los atienden, les ayudan e, independientemente de sus notas, los quieren y refuerzan. Alumnado que agradece, que participa y que protesta según qué momentos, con lógica, raciocinio, mesura y cariño.

Abro los ojos y sigo con un alumnado súper mega sistematizado que no sabe hacer ni la o con un canuto; que no saben manejarse fuera de ese sistema si no es a tientas, cegatones perdidos, a oscuras...

Alumnado que suele padecer un sinfín de situaciones nada agradables a nivel familiar, personal o social.

Alumnos y alumnas que se encuentran realmente perdidos.

Alumnos que si suspenden son severamente reprendidos o aplaudidos (las dos cosas, severamente, son erróneas a mi entender).

Alumnado que vaga por la vida sin más miras que las puestas en el qué rollo, a ver cuándo me voy, no me entienden, y yo que mierda hago en este instituto y otras ideas más o menos desarrolladas. Alumnado sin más latido que el pulso que mantienen con la vida por sobrevivir en un mundo caótico que no les tiene en cuenta.

Alumnos que se cagan en tus muertos cada dos por tres porque véte tú a saber.

Alumnos que solo entienden que hacerse valer es demostrar a los demás que se es muy duro, que no lloramos porque no somos mariconas (en palabras de ellos, no mías), que no necesitamos abrazos y que los besos son propios de nenazas, nosotros nos damos mejor unos cuantos golpes de pecho o varios tortazos, asumiendo que sabemos darlos bien y recibirlos mejor, que para eso somos unos machotes [nótese la ironía].

Alumnos y alumnas que respetan cuando les conviene , momentos que suelen coincidir cuando se encuentran bajo la bandera que enarbola el miedo auténtico, ese que te paraliza, ese que te inquieta y te quita el sueño y te guía hacia el camino de no atreverse a decir o a hacer.

Esos chicos que no tienen más pensamiento que en lo único, en disfrutar a tope porque todo es una mierda.


Y ante tanto fracasus horribilis decido cerrar otra vez mis ojos y veo a una inmensa cantidad de familias cariñosas que enaltecen las virtudes de sus hijos; familias reestructuradas según sus necesidades pero llenas de amor y respeto; familias que se preocupan por las cosas verdaderamente importantes para sus hijos; familias que respiran ternura; familias en las que el respeto rige el curso de sus vidas; familias que, aunque gritan, están preocupadas por hacerlo mejor y no solo por discutir si ganó el madrid; familias que dan abrazos, besos, caricias y lo demuestran con total impunidad y naturalidad; familias que trabajan colaborativamente con los profes y maestros para construir el mejor camino para sus hijos; familias que no compiten para que sus hijos sean aparentemente mejores (aunque luego sean unos tarados), o tengan aparentemente mejores notas o, aparentemente, hagan más tareas que nadie.

Y abro los ojos y veo que no, que sólo seguía soñando, imaginando, deseando, construyendo o predicando en el desierto.

Y entonces vuelvo a cerrar los ojos, por si eso es un sueño, pretendiendo hacer del sueño mi verdadera realidad. Y allí veo a multitud de equipos de profesores implicados en sus alumnos; profesores que entienden que sus alumnos son personas, no solo alumnos y que, como tales, tienen sus emociones sanas,  alegres, tristes o sus emociones encontradas; un profesorado que trabaja en equipo con la mejor de las intenciones y con un único objetivo: sacar lo mejor de sus alumnos; un profesorado que, precisamente por  ello, no califica como si se tratase de un plan de calidad industrial; unos compañeros que traben relaciones afectuosas con muchos de sus alumnos; unos profes que atienden y entienden a las familias, aquellas que se preocupaban por lo mejor para sus hijos, independientemente de notas y exámenes; un profesorado que trabaja colaborativamente con los padres y madres para construir el mejor camino para sus alumnos; profesores que acompañan, guían y dan luz a esos seres tan entrañables y faltos de cariño; profesores que desmitifican la historia para crear una nueva; un grupo de profesores que entiende que, en ocasiones, debemos romper con lo establecido para perseguir un bien mayor; un equipo de gente que no solo trabaja docentemente, sino decentemente; profesores de corazón, de alma, profundos y empáticos; profesores formados en muchas más capacidades que la simplemente academicista; profesores que cometan errores y aprendan de los mismos sin que nadie de fuera venga a evaluarlos con la acritud necesaria para ponerle de mal humor o replegarse en su caracola oscura y protegida de los rayos del sol; un profesorado capaz e interesado en construir un mundo mejor y no sólo en cobrar un sueldo.

Y vuelvo a abrir los ojos y veo a unos pocos, realmente pocos...

El sueño de una noche de primavera, no más.

Es un sueño que espero algún día ver hecho realidad.

Sueño con que valoremos a las personas  en su compleja totalidad. En la suya, no en la nuestra.



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