viernes, 27 de marzo de 2015

Complejo de salmón de un autoestopista

Cuando te quedas embarazada (evidentemente yo no, pero salvando las distancias, lo viví con toda la intensidad que pude, aunque mis sensaciones estuvieran a años luz de las de mi mujer), es cierto que, como cuenta todo el mundo, de repente sólo ves embarazadas y carritos de bebés por todas partes en una cantidad ingente, como no lo habías visto nunca. Eso habría que atribuirlo a los mecanismos de la mente y no es éste el post ni soy yo la persona idónea para explicarlo.

Con esto, lo que quiero decir es que cuanto más se mete uno en el maravilloso mundo de vamos a cambiar este sistema educativo más cosas interesantes te encuentras y más propuestas y proyectos descubres.

Sin embargo, un altísimo porcentaje de esas propuestas son de infantil y primaria. De lo cual me alegro, porque son las etapas en que deberían empezar a realizarse estos cambios.

En secundaria estamos unos pocos (muchos también, pero un porcentaje mucho menor), unos pocos "tarados" que nos dicen a veces (y a mucha honra, que se suele decir). Pero somos muy pocos. 

No me gustaría definirlo como una lucha diaria, pero lo que es cierto es que la dialéctica constante en la que nos sumergimos con alumnos, padres, compañeros, sociedad en general es tal que realmente es agotador. Hay que tener las cosas muy claras para saber transmitirlas, para que lleguen y para que otros crean que esto es así. Pero, casi a diario, nos acabamos dando, al menos, dos o tres cabezazos contra paredes de hormigón.

No tenemos respaldo de ningún tipo y la selectividad asoma tras la puerta como espada de Damócles, dispuestas a atravesarnos la cabeza en un santiamén. En secundaria preocupan mucho más que en primaria las notas, los informes, las expectativas; el agobio se dispara, y el sentimiento de hiperresponsabilidad mezclado con la sensación de "no cumplo lo que se esperaba de mí" se incrementa de forma industrial en los chicos. El fracaso se multiplica y el abandono escolar llega a límites insospechados.

Se hace muchas veces tan cuesta arriba que, incluso, hay momentos en que renuncias a cosas por no entrar en más conflictos. Renuncias a principios, renuncias al tiempo, renuncias a tu energía para otras cosas, renuncias a los chicos con los que trabajas... hay momentos en que todo se ve mucho más negro.

La soledad aprieta.

Y es que es verdad que somos muy pocos en comparación con otras etapas... somos 4 gatos, 4 lunáticos... o 4 autoestopistas de la galaxia... da igual el nombre que nos pongan, nos sentimos solos y nos espera un río muy largo que remontar para poder llegar al origen de todo y poder allí desovar para que surjan nuevas vidas.

Somos como ese salmón que sube el río contracorriente, como una lluvia de asteroides que hemos de esquivar mientras todos se te echan encima a una velocidad vertiginosa... pero ahí seguimos sobrevolando un espacio paralelo (que no para lelos) al de la mayoría.




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viernes, 20 de marzo de 2015

Tengo que...


Quizás nunca te hayas dado cuenta, quizás lo tenemos tan metido en nuestro día a día que deja de estar conscientemente presente en nuestra vida, pero es cierto que tenemos una expresión muy recurrente que nos obliga constantemente a hacer tantas cosas que a veces hasta perdemos la noción de lo que verdaderamente importa.

Estamos diciendo más veces de las que nos gustaría la perífrasis verbal de obligatoriedad: Tengo que.

Según los últimos estudios, una persona tiene (de media) unos 60.000 pensamientos al día, de los cuales unos 57.000 son los mismos del día anterior. Y de entre todos esos, muchos son elecciones que debemos tomar al cabo del día.

Cuando nos expresamos con ese tengo que, en realidad, lo que dejamos entrever en muchas ocasiones no es otra cosa que el hecho de que voy a hacer algo pero que, realmente, no es lo que me apetece ahora mismo. A veces no hay más remedio. Hay cosas que hay que hacerlas y eso no es negociable. Pero hay otros muchos momentos de nuestra vida en los que expresamos ese Tengo que cuando en realidad ni es tan urgente ni tan importante, o no tanto como para dejarlo para otro momento y aprovechar este instante para algo que ha podido surgir. Escondemos nuestra libertad, porque nos da miedo hacer uso de ella para movernos en el plano que realmente queremos.

Un ejemplo tonto y diario: te surge la opción de ir a tomar un café, escribir una novela, ir al cine, dar un paseo con alguien (hijos, mujer o marido, pareja, amante, padre o madre, primo, conocido o cita a ciegas, da igual). Y ciertas ocasiones respondemos:

- No no puedo ir, tengo que... (lavar ropa, tender, comprar, corregir, revisar...) sabiendo que, muchas de esas veces, esas tareas en realidad las podemos hacer en otro momento (habrá otras en que corran realmente prisa... si ya no te queda ropa interior limpia... es otra historia, claro).

Es decir, que ponemos excusas a algo que en realidad nos apetece, pero no lo hacemos y nos autoinculcamos una responsabilidad de obediencia absoluta que hemos de cumplir por miedo a... cada uno a lo que sea en el fondo que subyace bajo su realidad cotidiana.

Quizás habría que revisar de nuevo ciertas escalas de priorización de  tareas y actividades diversas. A lo mejor eso nos ayuda a distribuirnos mejor el tiempo y aprovechar los momentos buenos que muchas veces nos esperan a la vuelta de la esquina y no aprovechamos porque tenemos que hacer algo que, quizás, no sea tan obligatorio para ese instante. Sí, quizás eso sea bueno: revisar. Sin embargo, mientras llegas a eso o no; o te haga falta o no, sí te voy a dar un consejo que te hará más libre. Ya sé que yo no soy nadie para darte un consejo, pero yo te lo escribo, a partir de mi propia experiencia, y ya tú haces lo que creas conveniente.

Prueba a cambiar la expresión utilizada, tal vez eso te ayude a verlo con una perspectiva más amplia de miras y te ayude a replantearte algunas cosas de paso.

¿Y si en lugar de Tengo que, dijeras Elijo...?

No voy a tomar café porque elijo ir a comprar o tender la ropa interior o quedarme en casa leyendo o acompañando mis niñas. Las dos opciones son válidas, ir o no ir. La cosa no está en quedar como un guay que siempre se va de paseo o un aburrido que siempre se queda en casa. La cuestión es que tú eliges la opción que deseas hacer. No más.

El derecho de elegir y, sobre todo, ser consciente de que eliges te da una libertad que nunca te puede dar una perífrasis de obligación.


Elije la opción que quieras, pero elígela tú.

Sé tú mismo o tú misma.





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jueves, 12 de marzo de 2015

Quizás hoy no es el día

Quizás hoy no es el día.

Miro a mi alrededor y veo tal cantidad de cosas buenas que hasta me duele.

Pero cuando estás cansado, te duele también todo lo demás.

Es increíble que no queramos hacer las cosas bien. 
Es increíble que no queramos desprendernos de aquello que nos aporta tanta seguridad, aunque sepamos a ciencia cierta que no es lo que queremos ni lo que nos conviene.
Es increíble que, con el corazón en la mano, no seamos capaces de vislumbrar el camino.
Es increíble que no tengamos el corazón en la mano para decidir las cosas más esenciales de nuestra cotidianeidad.
Es increíble que no nos sintamos con la capacidad de afrontar las cosas como son.
Es increíble y asqueroso que prefiramos un rumor antes que ir a donde sea y aclararlo con la persona que corresponda.
Es increíble que no seamos capaces de ponernos de acuerdo en las cosas más elementales.
Es del todo increíble que prefiramos proferir de todo menos cosas bonitas sin escuchar otras perspectivas.
Es absolutamente increíble que no seamos capaces de mirar a nuestro alrededor y darnos cuenta de lo que sucede: un árbol que ha crecido o ha perdido sus hojas o ha echado flores, calles reasfaltadas porque llegan las elecciones, un padre que grita a su hija por la calle porque se le va hacia un paso de peatones o porque está harto de repetir las cosas, alguien hurgando en un contenedor (aunque todo va ya muy bien, la verdad, sólo hay que  fijarse...), un niño que aguanta sus lágrimas en un patio cuando cree que nadie le ve o

Nos metemos donde nadie nos llama y con las cosas que de verdad importan no somos capaces de actuar. Buscamos enfrentamientos sin sentido y carentes de diálogo alguno en muchas ocasiones. Siempre es culpa del otro, por supuesto. Empezó él, decimos mientras señalamos con el dedo. Será que no estamos enseñando a asumir nuestros actos, para bien o para mal.

Doulas contra matronas, maestros contra profesores, docentes contra padres, directivos contra explotados, policías contra ladrones... y tantas cosas al cabo del día que uno va viendo y que te acaban por minar hasta la razón del sinsentido.

Perdemos el norte y nos enfrascamos en discusiones inútiles que no llevan a ninguna parte, pero en el camino olvidamos lo esencial y aparcamos en el fondo la cuestión que, sin embargo, deberíamos sacar a flote.

Me regañan y la pago con el siguiente en la cadena alimenticia de unos sentimientos  necrófagos que no he sabido digerir porque nunca me enseñaron.  
Llegamos cansados y lo pagamos con el que pillamos.
Me protestan y entonces yo voy y atosigo al otro.
Me echan para atrás mi idea tan genial y yo le grito al de al lado en el semáforo y me cago en sus muertos si hace falta, total, si pa qué.
Te hacen un reproche y tú devuelves un guantazo. Si es que se lo merecía, me ha provocado.


¿Qué es, entonces, lo importante? Y, ¿para quién?
¿Qué es lo que estamos transmitiendo a nuestros hijos? Y, ¿desde dónde?
¿Qué es lo que de verdad vamos a dejar para los años venideros?

¿Qué estamos criando y regando en el día a día?

¿Somos unos pobres tarados que siguen creando tarados?

Si educas de forma respetuosa (o todo o respetuosa que puedes, que también somos seres humanos y, gracias a dios, cometemos errores), malo; si educas de forma tajante, malo; si eres autoritario, peor; si eres flexible..., un blandengue; los pediatras te dicen, los amigos lo contrario, los maestros contradicen lo que crees y si no tú los contradices a ellos. Los hijos a los padres y viceversa. Pero muchas veces no encontramos puntos de unión ni inflexión en los que vertebrar un diálogo fructífero. El caballo del orgullo a veces galopa tan poderoso que mejor no nos bajamos y arrasamos con lo que sea. Aunque sea nuestra pareja, nuestro hijo nuestro padre o madre o el vecino que casi ni conoces.

La ignorancia es osada y atrevida. Eso ya lo sabemos. Y rancia. Lo lleva hasta en la misma palabra.

Malversamos la vida con chantajes emocionales sin precio que nos cuestan un riñón... o un cáncer si es menester. 

Y seguimos sin darnos cuenta.

Insisto, quizás hoy no sea el día.


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miércoles, 4 de marzo de 2015

Y... ¿para qué?

He tenido unas semanas de locura en las que no he podido ejercer mi sentir blogero a través de este espacio. Disculpas.

Pero he vuelto y hoy voy a escribiros sobre el "para qué... si total..."

Y, ¿qué es esto? Pues veréis:

Esta frase es muy común en nuestro mundo actual, en nuestras conversaciones, en nuestro entorno. Para qué voy a hacer esto, para qué vamos a..., para qué... y lo peor no es ese para qué, sino la frase con la que solemos apostillar después en determinados contextos: "si total (como decimos mucho por Andalucía) ya no hay ná que hacer".



Una de las críticas furibundas que suelo lanzar contra el actual sistema educativo y todo su engranaje es que nos convierte en esclavos, en sumisos, inactivos, incapacitados e inoperantes. Nos quedamos paralizados por el veneno que nos inoculan desde chicos. Es como las pistolitas eléctricas que quieren poner de moda ahora. Somos incapaces de pensar, reflexionar decentemente y darnos cuenta de que nos están engañando o que hay cosas que no deberíasn ser como creemos que sí deberían ser. Pues no.

Indefensión aprendida: para qué. No pienso mover un dedo por esto, porque es que es así, y ya no se puede hacer nada.Y me lo como (normalmente sin patatas).

Y así se nos pasa la vida. 

Debemos movernos y debemos incentivar a los chicos a que se muevan. Más de una vez he instigado revoluciones en algún instituto en los que he trabajado (y siempre por causas que ellos creían que eran necesarias, no por "queremos una piscina en el instituto"...). No lo he he hecho por maldad, ni por fastidiar, sino para que los chicos aprendan a que siempre se pueden obtener cambios, que siempre hay una opción, aunque sólo sea la del pataleo, esa en la que somos escuchados (o, a lo peor, oídos), esa en que por lo menos dejamos claro que estamos en desacuerdo, aunque no obtengamos lo que queremos. Siempre nos queda intentar buscar soluciones lo más adecuadas para todos. 

Es decir, lo contrario de lo que están acostumbrados a ver, conocer o experimentar. No te muevas, no hables, no digas, tu opinión no tiene validez, no me interesa, quién te ha dado velas en este entierro, tú eres tonto o qué, plasta, quién te ha preguntado,... Incluso, lo ven en el día a día del país: políticos que no hacen caso de las protestas, que siguen a sus intereses y no a los de los de la mayoría...

Les digo que deben protestar, y que para ello deben seguir los cauces oportunos. No se trata de salir a tirar piedras. Pero hay que moverse, hay que investigar, hay que luchar por lo que uno cree adecuado. Incluso en esas ocasiones en que te ves solo.


Justo hoy hablábamos con una de nuestras hijas la importancia de hacerte caso a ti mismo cuando estás seguro de algo aunque todos los demás te dicen lo contrario. Y la hermana nos dice que eso le apasó un día en clase, que ella creía una cosa y todos los demás le decían que no... y al final era lo que ella decía. Esto tan simple, pero llevado a las diferentes facetas de la vida.

Y estos días lo he vivido en primera persona.

¿Qué es lo que queremos transmitirles a nuestros hijos e hijas? ¿Esa indefensión contenida de años que acaba en un bronca callejera o en una reyerta futbolera con 48 heridos? 

Si a nuestros hijos y alumnos les imbuimos en esa indefensión, no los estaremos educando adecuadamente, seguiremos trabajando para esa gran fábrica educativa al servicio de sus señorías. 

Creo que debemos hacer pensar, hacer reflexionar y, respetuosa y educadamente, enseñar a pelear desde el diálogo y las normativas para obtener lo que es tuyo en tu derecho. Hay que olvidar la dejadez y la insensatez. Lo llevamos tan arraigado que ni nos damos cuenta, es como levantarte por la mañana, ir al baño, lavarte la cara, hacer un pipí... Hay días que lo llevas tan automatizado que no recuerdas si lo has hecho todo o te ha faltado algo por hacer; es como ir todos los días por el mismo camino, que dejas de ver las tiendas nuevas o las que han cerrado, o los árboles que han plantado o las flores que han salido al calor de estos días.

No dejemos que nos manipulen hasta límites que ni sospechamos que lo hacen.

Hay que despertar.

Y hay que tener en cuenta que muchas veces esa misma indefensión nos lleva a elegir a una pareja equivocada, un trabajo que no es para nosotros, unos estudios que no nos merecen, unos amigos que no nos convienen o un acompañante que nos amarga el día a día. Hay que despertar no solo para luchar por algo que crees que te pertenece o te mereces, también hay que vencerlo para perseguir aquello que quieres o pretendes obtener.

No te dejes achantar. Cada uno está aquí para una cosa concreta que absolutamente nadie más puede dar al mundo. Tu misión es buscarla, sacarla a la luz y darle brillo. Y si te dejas guiar por las necedades de algunos que te rodean, es que no lo ves claro o es que, en el fondo, eres tan necio como los demás (y discúlpame si te ofendes). Pero es que a veces arratrasmos momentos o una vida miserable por no escucharnos, por no tener la valentía de hacer lo que sabemos que debemos hacer o por no querer, simplemente, escucharnos.

Mucha gente perdida. Mucha. Mañana he quedado para desayunar con una. Perdida. Y sóla. Terriblemente. Desconsoladamente.

Nadie mejor que tú para saber lo mejor para ti (pero no a lo loco... requiere tiempo para ti, madurez, reflexión...)
¿Y ahora qué? ¿Vas a tirar la toalla?



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