A raíz de un artículo en ABC sobre un nuevo sistema educativo en Nueva Zelanda en el que están quitando las normas, y cuando decimos quitar las normas, nos referimos a las supérfluas, que esto siempre hay que especificarlo, porque luego vienen los iluminados a decirnos que cómo se van a quitar las normas y que, y que... No señores, no es que nos volvamos salvajes, es que pongamos las mínimas normas, las necesarias, las que surgen del respeto humano (que se demuestran y se aprenden mejor con hechos que con normas, dicho sea de paso).
Pues bien, como decía, en ese mismo artículo le preguntan a D. Gerardo Aguado, profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra:
>> ¿Y eso de enseñar divirtiendo? ¿Debe ser el aprendizaje ameno, con el
fin de obtener resultados más satisfactorios? «Eso es una tontería»,
remacha el experto. «Si enseñamos divirtiendo los niños jamás serán
adultos, siempre serán unos bebés o personas muy infantiles. Los
pequeños deben saber que el mundo no es bello, ni justo, y que vivir en
él es difícil. Por ello digo que la única forma de ser libre es tener
unas normas, que ya nosotros decidiremos si cumplimos o no».
Y como quiera que sea, yo también tengo derecho a expresar mi opinión al respecto. Y no voy a hablar de Nueva Zelanda.
A ver cómo desgranamos esto teniendo en cuenta que hablamos desde un punto de vista educativo, hablamos de infancia, de alumnos de primaria, secundaria... y, en última instancia, de personas.
Me está diciendo el señor catedrático que lo mejor es poner normas, pero que luego ya veremos si las cumplimos o no, entonces, pregunto: ¿para qué poner tantas normas? O lo que es peor, ¿para qué enseñar tantas normas y desde tantas normas? ¿Para enseñar a cómo saltárnoslas? ¿Para enseñar a dilucidar entre cuáles me salto o no? Y, me surgen otras... ¿Para qué? ¿Para llegar a ser Ministra de Sanidad (un ejemplo entre miles) y acabar manchada presuntamente con la tinta de la corrupción porque presuntamente decidí saltarme las normas de todo tipo habidas y por haber?
Y todo eso, solo para obtener la consecución de un ojetivo que me parece fundamental: ser libres. Entonces para ser libres, verdaderamente libres y poder optar entre cumplir o no las normas, decidimos educar normatizando todo. Conozco miles de (licencia literaria, son menos de mil, porque no conozco tantos) centros de secundaria donde los chicos no pueden salir de sus clases entre horas o ir al cuarto de baño si no es con permiso.
Si llevamos tantos años haciendo esto de una misma forma, ¿no podríamos cambiar? ¡Aunque solo sea para ver si funciona! Por que si funcionase sería la pera limonera. ¿Y si, tal vez, dejamos que los niños, desde niños, sean libres (no salvajes, ya lo escribí antes) y aprendan a discernir entre las opciones que se les plantean? Quizá aprenden así a partir de la propia experiencia. Si esos chicos hubieran gozado de ciertas libertades en infantil y primaria, seguro que en secundaria las seguirían disfrutando. Y cómo no conozco bien las etapas de infantil y primaria desde dentro, no sé en qué momento se tuerce todo, si es por unos o por otros, en primaria, en secundaria, en sus casas en un verano... no quiero yo echar culpas y quitarme el muerto de en medio, no, es que no sé bien dónde ni cómo se produce eso.
Sin embargo, y dicho ya todo lo anterior, y ahora hablo de secundaria, donde trabajo, y de primaria (por mis hijas), cuando les das libertades, cuando les dejas que se equivoquen, cuando les das responsabilidades... aprenden a una velocidad vertiginosa. Anda pero es que se equivocan... claro... como yo me equivoqué en su día, y como me equivoco ahora y como espero equivocarme en muchas cosas en la vida que me quede. Cuando le dices al chico con peor comportamiento de tu clase, ese en quién nadie confía, ese al que muchos temen o no soportan y le dices que vaya a hacer un recado por favor, se le queda cara mezcla de póker mezcla de ¿yo? ¿Estás seguro? Pero aquí entramos ya en otro tema, que es la confianza, y eso será otro día.
«Si enseñamos divirtiendo los niños jamás serán adultos, siempre serán unos bebés o personas muy infantiles. Los pequeños deben saber que el mundo no es bello, ni justo, y que vivir en él es difícil».
Uf... Del juego creo que hablaré otro día por no extenderme demasiado hoy. Y de que los adultos sean unos bebés o infantiles porque jugaron mucho... creo que también, porque tendría que hablar de tanto, que acabaría escribiendo un libro... que llegará... Y la palabra bello hablando de la vida me lleva, precisamente, a eso, a La vida es bella, película dulce, tierna y cruda donde nos queda muy clarito que la vida no es bella, ni justa (en muchos momentos, claro). En el mundo hay guerras, hay violencia, hay falta de solidaridad, hay egoísmo, hay asesinos en serie y en serio, y tus familiares se mueren, y tu pareja te abandona, y hay profesores con mucha falta de sensibilidad, también. Y yo qué sé la cantidad de cosas duras y difíciles que hay en la vida.
Pero... ¿insinuar que no se puede jugar con los niños porque la vida es dura? ¿Calificar el juego de tontería y compatibilizarlo con ser profesor de la Facultad de Educación y Psicología de una Universidad? La verdad, quizás sea yo el que esté equivocado y, como siempre digo, yo no estoy en poseesión de la verdad, pero, aunque sea dentro de mi equívoco, me gusta más apostar por el juego que por la crudeza, señor Aguado y, creáme, muchos niños saben ya desde niños lo difícil que es el mundo, no tienen por qué ir a una escuela para saberlo. Ojalá estuvieran vivos los niños de Avilés (y otros muchos, desgraciadamente) para poder preguntarles, o preguntemos a los que sufren abusos sexuales de sus propios padres, de sacerdotes, de..., o a los que no tienen qué comer...
El mundo no es bello ni justo, es difícil, sí señor, en ocasiones lo es, aunque no siempre. Y creo que lo suyo es educar para aceptar y superar lo mejor posible esos momentos difíciles en lugar de, como hacen muchos irrespetuosos con la infancia que hay por ahí, hacérselo ya difícil a los niños. Que ya bastante nos han aguado muchos la infancia para que se sigan promulgando estas actitudes a estas alturas de la vida.
Aunque, insisto, es mi opinión. Sólo mi opinión.
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Y todo eso, solo para obtener la consecución de un ojetivo que me parece fundamental: ser libres. Entonces para ser libres, verdaderamente libres y poder optar entre cumplir o no las normas, decidimos educar normatizando todo. Conozco miles de (licencia literaria, son menos de mil, porque no conozco tantos) centros de secundaria donde los chicos no pueden salir de sus clases entre horas o ir al cuarto de baño si no es con permiso.
Si llevamos tantos años haciendo esto de una misma forma, ¿no podríamos cambiar? ¡Aunque solo sea para ver si funciona! Por que si funcionase sería la pera limonera. ¿Y si, tal vez, dejamos que los niños, desde niños, sean libres (no salvajes, ya lo escribí antes) y aprendan a discernir entre las opciones que se les plantean? Quizá aprenden así a partir de la propia experiencia. Si esos chicos hubieran gozado de ciertas libertades en infantil y primaria, seguro que en secundaria las seguirían disfrutando. Y cómo no conozco bien las etapas de infantil y primaria desde dentro, no sé en qué momento se tuerce todo, si es por unos o por otros, en primaria, en secundaria, en sus casas en un verano... no quiero yo echar culpas y quitarme el muerto de en medio, no, es que no sé bien dónde ni cómo se produce eso.
Sin embargo, y dicho ya todo lo anterior, y ahora hablo de secundaria, donde trabajo, y de primaria (por mis hijas), cuando les das libertades, cuando les dejas que se equivoquen, cuando les das responsabilidades... aprenden a una velocidad vertiginosa. Anda pero es que se equivocan... claro... como yo me equivoqué en su día, y como me equivoco ahora y como espero equivocarme en muchas cosas en la vida que me quede. Cuando le dices al chico con peor comportamiento de tu clase, ese en quién nadie confía, ese al que muchos temen o no soportan y le dices que vaya a hacer un recado por favor, se le queda cara mezcla de póker mezcla de ¿yo? ¿Estás seguro? Pero aquí entramos ya en otro tema, que es la confianza, y eso será otro día.
«Si enseñamos divirtiendo los niños jamás serán adultos, siempre serán unos bebés o personas muy infantiles. Los pequeños deben saber que el mundo no es bello, ni justo, y que vivir en él es difícil».
Uf... Del juego creo que hablaré otro día por no extenderme demasiado hoy. Y de que los adultos sean unos bebés o infantiles porque jugaron mucho... creo que también, porque tendría que hablar de tanto, que acabaría escribiendo un libro... que llegará... Y la palabra bello hablando de la vida me lleva, precisamente, a eso, a La vida es bella, película dulce, tierna y cruda donde nos queda muy clarito que la vida no es bella, ni justa (en muchos momentos, claro). En el mundo hay guerras, hay violencia, hay falta de solidaridad, hay egoísmo, hay asesinos en serie y en serio, y tus familiares se mueren, y tu pareja te abandona, y hay profesores con mucha falta de sensibilidad, también. Y yo qué sé la cantidad de cosas duras y difíciles que hay en la vida.
Pero... ¿insinuar que no se puede jugar con los niños porque la vida es dura? ¿Calificar el juego de tontería y compatibilizarlo con ser profesor de la Facultad de Educación y Psicología de una Universidad? La verdad, quizás sea yo el que esté equivocado y, como siempre digo, yo no estoy en poseesión de la verdad, pero, aunque sea dentro de mi equívoco, me gusta más apostar por el juego que por la crudeza, señor Aguado y, creáme, muchos niños saben ya desde niños lo difícil que es el mundo, no tienen por qué ir a una escuela para saberlo. Ojalá estuvieran vivos los niños de Avilés (y otros muchos, desgraciadamente) para poder preguntarles, o preguntemos a los que sufren abusos sexuales de sus propios padres, de sacerdotes, de..., o a los que no tienen qué comer...
El mundo no es bello ni justo, es difícil, sí señor, en ocasiones lo es, aunque no siempre. Y creo que lo suyo es educar para aceptar y superar lo mejor posible esos momentos difíciles en lugar de, como hacen muchos irrespetuosos con la infancia que hay por ahí, hacérselo ya difícil a los niños. Que ya bastante nos han aguado muchos la infancia para que se sigan promulgando estas actitudes a estas alturas de la vida.
Aunque, insisto, es mi opinión. Sólo mi opinión.
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